Por Chuchito Sanoja
23/09/2021.-Cuando era chiquito, soñaba con un carrito a pedales. Miapá me lo regaló. Cuando crecí un poquito, quería una bicicleta. Miapá me la regaló. Cuando tenía 15 años no entendía por qué a Rachmaninoff y a Gershwin les sonaba tan bien la 7ma (mayor y menor). Miapá me llevó al piano y me explicó que si ubicaba la 7ma por debajo de la 1ra sonaría mejor que arriba de la 5ta., y en octavas, mucho mejor. Me quedé loco que algo tan sencillo produjera tanta belleza. A esa edad aún no comprendía que se trataba de las trampas melódicas y armoniosas del extraordinario período romántico. Ese día también me dijo algo que todavía practico: en la armonía no hay que usar muchas notas, si acaso tres, pero bien puestas.
A mis 17, después de vivir un par de años en Nueva York, me tocó regresar a Caracas. Era 1963. Además de los discos del naciente BossaNova, de Bill Evans, de Dave Brubeck y de West Side Story, también traía los de Tito Rodríguez, cuyo primer trompeta era Mario Fernández, mi otro papá.
Tito nos había mostrado en el sótano de su casa en Queens, un ensayo en vivo del espectáculo que estaba preparando junto a su esposa (de origen japonés), con arreglos de LeRoy Holmes, para una presentación en Las Vegas. Convencí a miapá para traer a Tito Rodríguez para los carnavales caraqueños en el Hotel Ávila, cuyo eslogan era “En el Ávila es la cosa”. Como consecuencia, grabaron un disco juntos.
Por cierto que para ese entonces, Phidias Danilo Escalona transmitía los carnavales en vivo por radio, patrocinado por una salsa de tomate, y como tema de campaña gritaba: ¡SALSA! El término se hizo famoso entre la cantidad de orquestas que venían de Nueva York, Puerto Rico y México, y se dice que de alguna manera el gritico de Phidias colaboró en la etiquetación del género, hoy disminuido a “Salsa”, a disgusto de muchos músicos, yo entre ellos (y Eddy Palmieri coincide con este sentir), pues dicha etiqueta planchó y eliminó los hermosos pliegues de nuestra enriquecida diversidad musical caribeña conocida como danzón, bolero, rumba, son, guaracha, mambo, chachachá, plena, cumbia, vallenato, merengue, entre otros.
Más que un papá, miapá parecía un pana de uno: en esos días, aún yo menor de edad y sin título de manejar, me prestó su Cadillac verde, un Coupe de Ville, para llevar a pasear a mi novia a la Colonia Tovar.
El día que cumplí 18, me despertó y me llevó al garaje: un gran lazo rojo adornaba un viejo pero pulidito Citroën, reconstruido con sus propias manos. Luego consiguió otro que no rodaba, para usar sus partes buenas como repuestos. Cuando me fui con 100 dólares a estudiar piano en Munich, los dos amigos que me recibieron, tenían varios días sin comer. En tres días se acabaron mis reservas. No existían las becas millonarias de hoy, y a los dos años tuve que interrumpir mis estudios. Llegando a Caracas, miapá me pasó el Tratado de Instrumentación de Héctor Berlióz y me dijo: -te lo presto por 30 años. Al verme todos los días sentado en su piano estudiando a Bach, Bill Evans y otros grandes, un día miapá me dio la lección más nutritiva de todas: -Está muy bien que practiques piano todo el día, pero, ¿cuándo vas a salir a trabajar? A los pocos días ya estaba tocando guitarra en un local nocturno de Altamira llamado Novgorod, vistiendo una camisa de pepas moradas horrorosa, y por ley de compensación, me tocó acompañar a Astrud Gilberto. Desde entonces no he parado de trabajar.
La orquesta de miapá era un modelo de organización. Todo era importante. Hasta el más mínimo detalle lo cuidaba con recelo. Con él aprendí a montar la tarima, los atriles, el repertorio, los micrófonos, las cornetas. Miapá manejaba una fórmula infalible para organizar cada set de su orquesta en los bailes. De primero, un pasodoble: ¡todo el mundo se levantaba a bailar! De segundo algo rítmico pero suave: danzón, chachachá. Luego, algo bien alborotao: rumba o merengue, seguido de un par de boleros como frenazo estratégico para pulirlahebilla. Y para finalizar, un mosaico con su climático gran final.
Con miapá aprendí las primeras lecciones de música. Una de ellas se sucedió en pleno baile de unos 15 años. El padre de la quinceañera estaba en medio de la pista esperando que se iniciara el valse. La orquesta lista y miapá sentado al piano. Pero la música no comenzaba. Los invitados miraban a la quinceañera, la quinceañera miraba al padre, el padre miraba a miapá y miapá miraba a sus músicos. Un tío de la quinceañera se acercó hasta el piano y le preguntó a miapá:
-Maestro, ¿cuándo comienza el valse?
Miapá contestó: -Cuando me traigan el cheque.
¡Clase magistral de economía!
Miapá comenzó en la música a edad muy temprana. En su primer baile como pianista asistió en pantalones cortos, de la mano de Armando Baralt. Mi abuelo se enteró y en seguida se presentó en el tigre y lo sacó por un brazo. Fue pianista y arreglista de la orquesta de Luis Alfonzo Larrain, puesto que luego ocuparía Aldemaro Romero. Miapá compuso importantes boleros, al igual que José Pérez Figuera (su maestro), Luis Alfonzo Larrain, Estelio Bosch Cabruja, Carlos José Maytín, José Reyna, Guillermo Castillo Bustamante, Aldemaro Romero, Anibal Abreu, entre otros. Su bolero “Magia Blanca” fue grabado por Pedro Vargas y Alfredo Sadel. La razón por la cual Venezuela no aparece en la escena mundial del bolero de una forma relevante obedece a que para la época de los 40 y 50 no existía en nuestro país un desarrollo importante de la industria del cine ni del disco, herramientas que catapultaron para siempre el talento de los cubanos, los mexicanos, los argentinos, etc. Sin embargo, la creación bolerística venezolana, apenas grabada y poco registrada, ocupa un aquilatado lugar, aunque no aparezca en la foto.
Miapá, acucioso explorador de la instrumentación, logró encontrar una personalidad musical en sus arreglos, obteniendo una sonoridad propia, una característica diferenciadora del resto de las orquestas del momento, las cuales sonaban una igual a la otra. Aun siendo una orquesta de música popular, miapá incluyó violines, vibráfono (tocado por el trompetista Ovidio Palavicini) y guitarra eléctrica (Harry y Roy Planchart); y como timbre original, combinó flauta y saxofón barítono escritos al unísono.
Histórica su participación en 1953 en la inauguración del Hotel Tamanaco, junto a Armando Oréfiche, Xavier Cugat y Abbe Lane. Miapá despedía cada set con los primeros compases del Alma Llanera. Cugat, director catalán, la había incluido en la banda sonora del famoso film (pionero de los musicales) «Escuelas de Sirenas», junto a Tico Tico, cantado por Carmen Miranda con una piña en la cabeza, además de otros importantes temas musicales latinoamericanos. La primera actriz de la película era la famosa nadadora Esther Williams. No me queda la menor duda que dicha interpretación, a pesar de ser muy distante de su versión original, fue factor fundamental en la popularidad internacional del Alma Llanera, hoy centenaria.
Por su orquesta pasaron cantantes e instrumentistas de primer nivel, como Alirio Díaz (cuando tocaba saxofón), Rodrigo Riera, Mario Fernández, el Negro José Quintero, el Pavo Frank Hernández, Víctor Paz (Vitín «Toro Sentado»), Rafael “El Gallo” Velásquez, Porfi Jiménez, Jorge Romero (Romerito), Daniel Milano, Manolo Freire, Ramón Carranza, Rolando Briceño, Benjamín Brea, Cheo Rodríguez, Rafa Galindo, Chico Salas, Manolo Monterrey, Víctor Piñero, Paula Bellini, Kiko Mendive, entre otros. Su bien ganado prestigio le llevó a grabar en México y España. Mientras fue director de la orquesta del Show de Renny, se presentaron The Platters, Sarita Montiel, Nat King Cole, Mariano Mores, entre otros relevantes artistas. De paso, miapá es el compositor del tema musical del programa y del silbido que hizo famoso a Renny.
Por cierto, miapá, quien por más de 3 décadas dirigió una de las más importantes y exitosas orquestas de Venezuela, no existe para la periodista asignada por El Universal para escribir sobre las Orquesta que marcaron a generaciones, artículo publicado el 13 de julio de 2014, a propósito del fallecimiento de nuestro querido amigo Renato Capriles, director de Los Melódicos.
Aunque la fama de miapá le asocia a temas muy comerciales y bailables, la música que compuso para sí mismo posee propuestas evolutivas e ingeniosas para la época. Suelo tocar algunas de ellas para la nueva generación de músicos, temas que llaman su atención y curiosidad. Inducido por el
ingenioso y súbito salto del modo mayor al menor, recurso certeramente usado en la introducción del poema sinfónico de Richard Strauss, “Also sprach Zarathustra”, miapá invirtió el recurso (modo menor al mayor) en la introducción de “Mariposas”, uno de sus preciosos valses venezolanos, muy apreciado entre los músicos. Tuvo un ACV que no le impidió componer y tocar piano con una sola mano hasta el final de sus días. A sus amores, hijos y otros familiares les dedicó valses, boleros y canciones muy sentidas. A mis hijas Amaranta y Soledad, les compuso una preciosa ronda infantil que hoy tararean sus bisnietos. A mí, en una de esas que andaba mal enamorao, me escribió “Amar es sufrir”, pieza que lleva su sello melódico y armónico. También tiene una interesante obra inconclusa llamada “La Resistencia”.
Como suele suceder en la Industria de la Música, su crédito no aparece en la insuperable composición “Desesperanza”, de su muy buena amiga María Luisa Escobar, tema que posee el sello melódico de miapá y su indudable manera de conducir la armonía. No me queda la menor duda que si miapá sólo hubiera compuesto música para sí mismo, jamás hubiera sido contratado para inaugurar el Hotel Tamanaco, para dirigir la orquesta del Show de Renny, para los carnavales del Hotel Ávila, para grabar en España y en México, etc.
Para la época en que éramos chiquitos, miapá era muy famoso. Por todas partes se escuchaba su música acompañada del crédito “Chucho Sanoja y su Orquesta”. De allí que, en el colegio, a mi hermano menor siempre le echaran la misma vaina:
-¿Quién es tu papá?
Y el siempre respondía: -Chucho Sanoja y su Orquesta.
Su orquesta es muy reconocida en centro y sur-américa. Pero especialmente en Colombia, donde por unos minutos alimenté una emoción única cuando me tocó dirigir la delegación que representaba musicalmente a mi país en una reunión del G3 (Colombia / México / Venezuela), en Santa Fe de Bogotá, delegación integrada por Luz Marina, Henry Martínez, Rafael “El Gallo” Velásquez, Nené Quintero, Cheo Hurtado, Iván Velásquez y otros invitados. Por Colombia el invitado era Carlos Vives, en sus inicios. Al llegar al hotel, me encuentro con un ramo de flores de bienvenida, enviado por esa interesante y hermosa mujer llamada Noemí Sanín. Un buen rato me duró la emoción, hasta que caí en cuenta que la gran dama me había confundido con miapá.
Miapá no sólo fue nutritivo para mí. Todo el conglomerado artístico nacional se beneficiará para siempre de dos de sus más importantes creaciones: la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (SACVEN), fundada junto a Luis Alfonzo Larrain y Eduardo Serrano; y la Asociación Musical. La primera, defensora de los Derechos de Autor, y la segunda, de los beneficios laborales
de los trabajadores de la música. Ambas instituciones comprueban el alto interés comunitario y la gran sensibilidad social de miapá. Como venezolano y como músico, sintió vergüenza cuando en 1957, el más prestigioso hotel de Caracas, en un acto racial sin precedentes, prohibió la entrada al trompetista y genio del jazz, Louis Armstrong, razón suficiente para que miapá motorizara un veto del servicio musical a dicha institución hotelera. Acto seguido, miapá se quedó sin trabajo por mucho tiempo.
Pero lo mejor de miapá era su extraordinario buen humor. No sé cómo lo hizo, pero en una de las misas de su novenario, mientras interpretábamos La Pavana, de Faure, miapá le escondió al cura la llave donde guardan las hostias.
No sé a cuántos seres humanos les ha pasado lo que a mí: no sólo ser hijo de un bolero, papá pianista, mamá cantante (Elisa Soteldo), sino además tener el privilegio de acompañar al piano a miamá en la celebración de su 90 años en Juan Sebastián Bar, en cuyo repertorio incluimos un bolero de miapá: “En La Soledad”.
Regalitos que nutren mi vida…
Padre querido: hoy, 23/SEP/2021, conmemoramos tu nacimiento, a sabiendas que continuas por aquí, muy cerquita, al lado de mi piano, celebrando tus 95.